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Miquel Martí i Pol


Mañana 19 de marzo, Miquel Martí i Pol hubiera cumplido 88 años. Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana.  Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Roda de Ter pero que tuvo que abandonar por problemas de salud. Condenado a vivir en una silla de ruedas debido a una esclerosis múltiple, se plantó ante el mundo armado de la sensibilidad y la reflexión más intimista  para trasmitir poemas que susurran  cosas de la vida. Esas que a veces nos cuesta reconocer. Del  amor, de la soledad, de la rebeldía, de la muerte, del miedo al destino;  de eso que tememos cuando calla el ruido de los días. Entonces el veneno de su belleza penetra en nuestra sangre. De eso iba  su canto.  Su obra desde Paraules al vent hasta Haikus en temps de guerra y Després de tot ha servido para construir un universo de sensaciones del que se han servido cantautores como Rafael Subirachs, María del Mar Bonet y,  sobre todo Lluís Llach, quien tenía tanta amistad con él, que sus fisonomías eran ya más que coincidentes. Ahora mismo, imagino a Llach llorando ante su tumba y recitando uno de los poemas más dramáticos y combativos que escribió y que el músico de Porrera bordó con una música ascética. Un poema (Ara Mateix), en el que el arco de la sensibilidad se tensó al máximo para perforar la trama del destino: “ Estamos donde estamos ; más vale saberlo y decirlo y fijar los pies en la tierra y proclamarnos herederos de un tiempo de dudas y de renuncias en que los ruidos ahogan las palabras y la vida en espejos deformados (...) Pongámonos en pie de nuevo y que se oiga la voz de todos, solemnemente y clara. Gritemos quien somos y que todos lo escuchen. Y al final, que cada uno se vista como buenamente le plazca, y ¡ a la calle! Que todo está por hacer y todo es posible”.  Así de claro. 

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